por Eduardo Kessi
El artículo publicado recientemente por Jorge Díaz es una oportunidad para una reflexión más informada acerca de un tema que ha copado el espacio público de discusión. Digo esto desde un convencimiento muy profundo respecto del valor de lo diverso (eso es lo que enseña la biología si uno revisa la historia de aproximadamente 3500 millones de años). Declaro ahora, para no ser descalificado luego, que estoy a favor de aquellos que valoran la así llamada “diversidad sexual” y el respeto, sin concesiones, por las personas. Dicho eso, uno debe hacerse cargo de los calificativos que usa, los que generalmente hablan más de uno mismo que de aquellos a quienes se pretende calificar.
Nos dice Díaz que el bus en cuestión tiene una “carga transfóbica” y que existen unos “promotores del bus del odio” que sostienen que los cromosomas son verdades clausuradas y definitivas; agrega que cualquier genetista podría desmentirlo rápidamente. Mi primer desacuerdo en que no conozco genetista alguno que haya hecho lo que Díaz afirma. La razón de lo anterior es que los genetistas saben que el desarrollo temprano de los mamíferos consiste en el efecto que la expresión de genes precisos (que se tienen, o no) ejerce sobre estructuras aún indiferenciadas lo que resulta final y muy frecuentemente en que un individuo tiene una de dos posibles estructuras genitales que los biólogos llaman machos o hembras. Así, si un embrión del estado apropiado que está formado por células con dotación cromosómica XX se desarrollará hacia la configuración hembra, en tanto que si dotación cromosómica es XY se desarrollará como macho. Esto sucede porque hay evidencia que muestra la existencia de un gen (SRY) en el cromosoma Y que determina que la vía de desarrollo sea macho. Naturalmente, SRY no es toda la explicación de este complejo fenómeno, y es trivialmente obvio que lo que llamamos sexualidad es distinto de lo que se entiende por determinación del sexo. Para hacer todo más complejo, el gen SRY puede estar ausente en el cromosoma Y de algunas personas (una mutación), o puede encontrarse en un cromosoma X en otras. En principio, estas razones, y otras de difícil detalle, ayudan a entender algunos de los casos que Díaz menciona en su artículo. En lugar de presentar estos hechos comprobables, Díaz prefiere denunciar la “conexión de la iglesia con ciertas formas de transmisión científica”, de la cual tampoco aporta evidencia.
El valor de la ciencia, me parece, es aportar para que cada persona que forma parte de nuestra sociedad pueda formar su propia imagen de mundo de manera informada. En este sentido, el artículo de Díaz es equivocado pues no aporta a que las personas se formen una opinión. En lugar de ello, abusando de lo que se presenta como una posición privilegiada, el autor nos habla de sí mismo. No es que considere que no puede opinar. Lo que digo es que esa opinión tiene valor cuando se hace con responsabilidad, a la altura que exige la formación que él declara.Preocupante también parece la injustificada igualdad que el autor propone entre el medio ambiente (el medio digo yo) y la cultura. Una manera de imaginar la cultura (habrá otras, supongo), es que son los códigos que desciframos para vivir en sociedad. El medio en biología es un concepto bastante más amplio. Precisamente en estos tiempos somos testigos de una verdadera avalancha de evidencia (lo que se denomina epigenética) que muestra la manera en que el ambiente influye sobre la expresión de los genes. Digo esto porque Díaz, correctamente a mi juicio, propone que la población tiene derecho “a una educación laica y democratizadora”. Sostengo que su artículo, secuestrado por la perspectiva del autor, va en la dirección contraria. Para justificar su opinión, el autor escasamente propone evidencia; en lugar de eso nos dispara que ha pasado 14 años estudiando ciencias biológicas (el argumento de la autoridad) y nos propone desde esa mirada, por ejemplo, que los cariotipos son representaciones ficcionales de los pares de cromosomas. Esto es cierto sólo si consideramos que la obtención de datos y su representación es una ficción (por demás, las ficciones a las que alude Díaz las usan diariamente los citogenetistas con propósitos diagnósticos). En este punto, sólo cabe recomendar a nuestro columnista otros 14 años de estudios.
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