No sé quién es el autor de la propuesta para retirar el doctorado honoris causa otorgado en 2006 al profesor Francisco J. Ayala que debatirá el consejo de la UIB del mes de julio. De acuerdo con lo publicado por este diario, semejante iniciativa sigue al comunicado del rector de la universidad de California (Irvine, UCI) que anuncia la expulsión del profesor Ayala tras ser considerado culpable de acoso sexual por la Oficina para la Igualdad de Oportunidades y Diversidad (OEOD en sus siglas en inglés). La OEOD ha dado la razón a cuatro denunciantes de tales supuestos abusos, cuyos nombres no merece la pena repetir aquí.
Pues bien, me gustaría recomendar al consejo de la UIB que, antes de tomar cualquier decisión, examine con lupa lo sucedido. De acuerdo con la OEOD, Ayala ha sido acusado de tres conductas inapropiadas: 1) Tocar en el codo a una profesora en el transcurso de una reunión del departamento, para conducirla hacia un corro en el que estaban tratando un asunto de su posible interés; 2) Dar un beso en cada mejilla a una colaboradora suya para saludarla al ir a cenar a la casa de ella, delante de su marido y de la mujer de Ayala; y 3) Decir en algunas ocasiones a una mujer algo así como “te veo muy guapa y elegante”, en particular a una que estaba embarazada.
No entro en si la universidad de California debería considerar o no que tales actos suponen una conducta que lleva a la expulsión. Me limitaré a sostener tres cosas. La primera, que el día del supuesto abuso consistente en tocar el codo famoso (UCI prohíbe el contacto físico), el profesor Ayala no asistió a esa reunión de su departamento porque estaba dando una conferencia en otra ciudad. La segunda, que pese a que el rector de la UCI dice que se oyó el testimonio de más de 60 personas, la OEOD no llamó a ninguna de las que Ayala presentaba como sus testigos. La tercera, que nada más presentarse la denuncia, al profesor Ayala se le expulsó de su despacho. No utiliza ordenador alguno; sólo las revistas y libros que tenía allí. Con lo que, siete meses antes de que hubiera ninguna conclusión, se le aplicó ya el castigo. ¿Cabe pensar que el procedimiento seguido por la OEOD es justo y hace honor a la verdad? Y, ya que estamos, ¿va a entrar el consejo de la UIB a valorar los hechos tal y como ocurrieron, o actuará incluso sin preguntar siquiera a la otra parte?
El rector Howard Gillman ha decidido también retirar el nombre de Ayala que bautizaba la facultad de Biología y la biblioteca de la universidad porque, en sus propias palabras, “mantener al profesor Ayala en una posición de honor sería un error”. Me pregunto si, de paso, va a devolverle los más de 4 millones de dólares que Ayala ha donado a UCI a lo largo de su carrera, o si, al quedárselos, la universidad que le expulsa en semejantes términos toma una decisión honorable.
Pero en el fondo todo eso es lo de menos, salvo para el propio Ayala. Lo tremendo es que el ansia por unirse al movimiento “Me Too” lleve a perseguir, denunciar y castigar a personas a las que sería muy difícil que un tribunal de los de verdad condenase. Con semejantes maniobras, que esconden siempre luchas de poder (la primera denunciante se quedará con toda seguridad el despacho enorme y bellísimo de Ayala), lo que se consigue es minimizar y reducir a un caso más los episodios de verdaderos acosos sexuales. Unos casos que abundan y a menudo quedan en nada, borrados por la niebla de las manipulaciones.
(*) Profesor emérito de la UIB, investigador del departamento de Francisco Ayala en UCI y coautor con él de cinco libros sobre la evolución humana