LA REVOLUCIÓN industrial de fines del siglo XIX significó un salto cualitativo para el progreso de la humanidad.
Gracias a la introducción de tecnología se mejoraron o se crearon un sinnúmero de procesos productivos que conllevaron una mejoría sustantiva de la calidad de vida de millones de personas en todo el mundo. Nuestro país, por sus características, miró de lejos dicho fenómeno, y si bien gozó como muchos de sus beneficios, no participó activamente de ese proceso.
Hoy, en cambio, en pleno siglo XXI, nuestro país puede pasar de ser mero espectador de los cambios a un protagonista activo de ellos. Pese a ser una nación pequeña y con recursos limitados, tenemos una de las tasas más altas de producción de ciencia y tecnología de América Latina. Así como también condiciones naturales excepcionales para la investigación. Esto lo hemos logrado principalmente gracias a la visión que se tuvo hace 50 años con la creación de la Comisión Nacional de Investigación Científica y Tecnológica (Conicyt).
Esta institución, que acaba de cumplir su cincuentenario, ha promovido y colaborado en la concreción de sueños, ideas y esperanzas de miles de personas que tuvieron y tienen alguna motivación para mejorar nuestra calidad de vida a través del estudio y desarrollo de la ciencia y la tecnología.
En un largo andar, que no ha estado exento de dificultades, Conicyt siempre ha actuado con vocación de servicio al país, lo que es un gran precedente que nos permite convencernos que el fomento de la ciencia y la tecnología es una necesidad que nos permitirá transformar nuestra matriz económica y nuestro capital cultural, para pasar de ser solo exportadores de materias primas a ser productores y exportadores de conocimiento e inteligencia.
Por lo mismo, entendemos que es necesario y fundamental que se concrete un cambio en la institucionalidad, que guíe el desarrollo de la ciencia hacia los nuevos desafíos del siglo XXI.
En ese sentido, el Ministerio de Ciencia y Tecnología, cuya creación se debate en el Congreso es un vehículo vital para avanzar en esta senda. A través de él se podrá -de manera coordinada y acorde a los tiempos- construir puentes, establecer diálogos y generar trabajo colaborativo entre las ciencias y humanidades, las políticas públicas, el sector productivo, las instituciones de educación superior, los centros de investigación y pensamiento y la sociedad civil. Ello es el paso previo al necesario avance en materia de recursos que destina Chile a esta materia, desde el 0,4% del PIB en la actualidad hacia cifras de países que miramos como ejemplo en este ámbito y que destinan entre el 1% y el 2% del PIB a la ciencia, la tecnología y la innovación.
Si logramos establecer a temprana edad una cultura de ciencia, tecnología e innovación en nuestra sociedad y concretar los avances necesarios en materia de institucionalidad, sumado a nuestra comunidad científica que es activa y vigorosa, ya no veremos pasar los cambios del mundo ante nuestros ojos, sino que seremos verdaderos protagonistas del presente y el futuro de la humanidad.