Conservation and updating of scientific heritage. Scientific heritage comprises many material and non material elements. What kind of things should be preserved? Why should they be preserved and under what conditions? The author provides some answers to these questions and suggests that the preservation of scientific and technical heritage should be integrated and have a place in the cultural life of today.
Las palabras tienen vida propia y ganan y pierden prestigio y significado, según los modos, los usos, la sensibilidad. Ahora parece que la expresión “patrimonio” ha ganado puntos en el mundo académico y en el público atento a estas cosas. Pero generalmente cuando hablamos de patrimonio cultural, pensamos, primero, en objetos valiosos, pertenecientes, sobre todo, al terreno del arte, de la artesanía y, también, de la arquitectura; más allá de los objetos, quizá también pensemos en la literatura; pocas veces en la música culta; y, tal vez con más frecuencia, en las tradiciones populares: fiestas, celebraciones, mitología, bailes, canciones, debidamente filtradas a nuestros gustos y necesidades, aunque, en general, mimadas con rigor científico por los antropólogos.
Así mismo, estas referencias no abarcan ni mucho menos lo que compone el patrimonio cultural de la humanidad: quedan algunas lagunas (o mares), entre las cuales nos centraremos en el patrimonio científico y técnico.
¿Qué es el patrimonio científico-técnico?
¿Qué podemos considerar que compone el patrimonio científico y técnico de una comunidad cultural? De hecho, en una concepción antropológica de cultura, aplicada en este caso a la cultura científica y técnica, hemos de incluir todo aquello que se refiera a la actividad científica y a la actividad técnica, considerando com tal no solamente la investigación, sino también la enseñanza, las aplicaciones industriales, agrícolas y referidas al transporte, la divulgación de masas, la artesanía, etc.
De todas formas, tendríamos que ordenar con un poco más de detalle este concepto que, quizá, resulta un poco demasiado vago. Una posible clasificación consistiría en separar el patrimonio escrito, el patrimonio grabado y el patrimonio de objetos y construcciones.
Patrimonio escrito. Hemos de considerar, primero, los manuscritos, que pueden ser trabajos o libros manuscritos, actas de reuniones, cuentas, facturas, protocolos de laboratorio, diarios personales o agendas, borradores de artículos, galeradas con correcciones y anotaciones y, evidentemente, correspondencia. En segundo lugar, están los escritos impresos. Aquí tenemos en cuenta los libros, las revistas científicas, boletines, hojas, separatas, cartas o circulares impresas, convocatorias, carteles, catálogos comerciales, propaganda. En tercer lugar, los escritos en soporte magnético. Desde la generalización de los ordenadores personales o de las redes, hay trabajos en disquetes (de los diferentes formatos!) o en CD-ROM (también con diferentes formatos).
Patrimonio grabado. Hay resultados de la actividad científica o técnica que acaban o se reflejan en grabaciones. Las más comunes, desde el siglo XIX, son las fotografías. Desde final del mismo siglo, hay que tener en cuenta los filmes y, recientemente, los vídeos o las grabaciones en CD-ROM.
Patrimonio de objetos y construcciones. Pasamos ahora a los componentes del patrimonio que podríamos llamar de tres dimensiones. Son, por una parte, los locales, edificios o conjuntos de edificaciones que pueden haber acogido la actividad científica o técnica (pongamos por caso, un laboratorio o un centro de enseñanza); también el mobiliario, los instrumentos científicos (para la investigación o la docencia); las instalaciones portuarias, las vías de comunicación (carreteras, puentes, túneles, ferrocarriles o funiculares), los pantanos, los canales, los edificios industriales, las máquinas, el conjunto de las instalaciones de una fábrica o de un servicio, sin olvidar los productos fabricados (un automóvil, una brújula giroscópica). También tendríamos que considerar las obras de arte que representan o se vinculan con la actividad científica y técnica, incluidas las composiciones musicales. Hemos de tener en cuenta, finalmente, un elemento humano, las habilidades que tienen las personas para hacer y saber hacer ciencia y tecnología.
Quizá aún puedan objetar que mi descripción es demasiado amplia y tal vez confusa, porque presento a la vez elementos de la actividad científica y de la actividad industrial. Sin embargo, lo hago por una convicción teórica firme: la actividad productiva (industrial, agrícola, de transporte), la actividad de enseñanza y de divulgación y la actividad de investigación científica y técnica, aunque bien diferenciadas, no se pueden entender bien las unas sin las otras. El desarrollo agrícola e industrial y el del transporte y las comunicaciones han tenido lugar gracias a la incorporación no solamente de habilidades, intuiciones e ingenio sino también de conocimientos científicos y tecnológicos obtenidos tanto en el mismo mundo de la producción como en las instituciones académicas. La posibilidad de utilización del conocimiento existe gracias al sistema educativo y a la divulgación. Finalmente, el mundo del conocimiento y de la investigación científica y tecnológica, aunque fue durante un largo periodo una actividad personal, se ha convertido en esencialmente institucional, con el apoyo de compañías y empresas pero, sobre todo, de las administraciones públicas. Este apoyo (que, de hecho, podemos remontar a los médicos o astrólogos al servicio de los príncipes o reyes en la antigüedad) es posible porque consideran que la actividad científica y técnica reporta beneficios importantes, tanto en sus aplicaciones como por la imagen de prestigio o de poder que concede.
«La creencia de que los museos son como una especie de mausoleo de la cultura se basa, con razón, en algunos museos, pero no hace justicia a muchos de ellos, especialmente a los de ciencia y tecnología»
Siguiendo las ideas de Bertrand Gille recogidas por Thomas Hughes y otros, generalizándolas desde el mundo de la técnica, tendríamos que tener en cuenta siempre un sistema compuesto por ciencia-técnica/enseñanza-divulgación-industria-agricultura-transporte-comunicaciones.
En el caso catalán, este elemento se suele presentar bajo un cierta distorsión por el hecho de que la ciencia y la tecnología empleadas en la agricultura y la industria tienen (y tienen muy a menudo) origen fuera de las fronteras políticas españolas, generalmente en Europa y, desde final del siglo XIX, también de América del Norte. Sin embargo tengo la convicción que es un error considerar esta ciencia y esta tecnología como “extranjeras”, porque excluye el hecho que nuestro país estuviera ya en el pasado económicamente integrado en una formación social más amplia y no formalizada: Europa o, tal vez, ciertas regiones europeas. Según pienso, los estados-nación que se consolidaron en el siglo XIX y las ideologías nacionalistas que los promovieron han enmascarado realidades sociales más profundas.
De todas maneras, no es extraño que tomemos un concepto muy amplio de patrimonio. Cuando se trata de restos arqueológicos (por ejemplo, una ciudad ibérica), se considera el patrimonio científico y técnico en esta amplitud: se muestra la urbanización (calles, plazas, alcantarillado, murallas, viviendas, lugares de ritual, almacenes de grano, pozos y cisternas), las herramientas de trabajo o de guerra, los objetos de la cocina, los objetos de vestir o de jugar. En cuanto a las civilizaciones más recientes, en lugar de exhaustividad hemos de hacer una selección.
¿Qué hay que conservar?
Como acabo de introducir, la conservación del patrimonio depende de diversos factores. Uno de ellos, el que se insinúa en el ejemplo de los restos ibéricos, es la abundancia (o escasez) de este patrimonio. A pesar de que parece un criterio cuantitativo, en realidad no lo es, porque está muy vinculado a la valoración social de los restos y esta valoración es resultado de un conjunto mucho más complejo de factores, incluidos los psicológicos. Los restos industriales de las primeras etapas de la industrialización, por ejemplo, han sido odiados y exterminados mientras revivían el recuerdo de la explotación salvaje que tenía lugar en ellos. Ahora bien, sin necesidad de dejar de denunciar las condiciones de vida de los trabajadores de la época correspondiente, podemos visitar una antigua forja admirando las instalaciones, encontrando incluso la belleza y la integración en el paisaje.
Teniendo esto presente, ¿cómo se ha de tomar la decisión de conservar alguna manifestación del patrimonio científico y técnico? De hecho, se deberá proceder con los mismos criterios que se aplican, en general, al resto del patrimonio. Evidentemente, los expertos deberán dar su opinión, principalmente por lo que se refiere a la representatividad de los restos que tengamos: representatividad de una época, de un proceso de investigación, de un proceso de producción, etc. Después, tendrán que intervenir los factores sociales de coste económico, valor de una posible explotación (turística, por ejemplo), valoración estética o sentimental, etc. La opinión del público puede llegar a ser decisiva y la han de poner en práctica sus representaciones, en general, las administraciones públicas, aunque no se debe descartar la intervención privada, tanto por razones de promoción publicitaria como de mecenazgo.
¿Dónde se debe conservar?
Tradicionalmente, el patrimonio, incluido el científico y técnico, se ha conservado en las bibliotecas o archivos, si se trata de patrimonio escrito o grabado, o en los museos, en el caso de los objetos. Los archivos y las bibliotecas han cambiado mucho en los últimos años por razones tecnológicas (por ejemplo, muchas tienen accesible el catálogo vía Internet e incluso algunas ofrecen manuscritos o impresos raros accesibles por el mismo medio) y por razones de concepto, de manera que generalmente se facilita el acceso directo, en salas de lectura bastante amplias, al menos de una parte del fondo (generalmente de material bibliográfico reciente), lo cual permite un contacto más directo y ayuda a seleccionar mejor aquello que nos interesa.
Por lo que respecta a los museos, hay algunos bastante venerables, como el Museo de Historia de la Ciencia de Oxford, actualmente dirigido por Jim Bennett, cuyos orígenes se remontan al siglo XVII. Los museos son, para comenzar, locales de exposición donde las piezas se mantienen en buen estado de conservación (siempre después de una restauración) y, de esta manera, se preservan de las posibles agresiones del ambiente y se ofrecen al público.
Sin embargo, la creencia de que los museos son como una especie de mausoleo de la cultura se basa, con razón, en algunos museos, pero no hace justicia a muchos de ellos, especialmente a los de ciencia y tecnología. Como señala Jim Bennett, el museo de Oxford que hemos mencionado era, desde el principio, un centro donde no solamente se exponía una colección naturalista de interés sino que también era un lugar donde se hacía investigación científica y donde se ofrecían cursos públicos de alta divulgación. Hoy en día esta tradición de investigación y didáctica continúa muy viva. Los museos de ciencia suelen disponer de centros de investigación adjuntos y uno de los más destacados es el del Deutsches Museum de Munich. Pero lo que no falta en ningún museo de ciencia y tecnología es una sección didáctica, de servicio a las escuelas. Efectivamente, los museos científicos han pasado a ser un elemento de referencia para la enseñanza de las ciencias, tanto cuando ofrecen la historia de una disciplina o de una época como cuando presentan instalaciones de experiencias que no son viables en los laboratorios escolares.
«Desde el punto de vista de la conservación y utilización didáctica del patrimonio, la comunidad científica actual no es suficientemente consciente»
Por otra parte, no se debe pensar que el patrimonio científico y técnico se encuentra únicamente en museos científicos. De hecho, y no solamente por la definición tan general que he planteado, una parte importante del patrimonio se conserva o se expone en otros tipos de museos, singularmente, en los museos locales. La presentación de la realidad de una ciudad o de una comarca incluye casi sin excepción exposiciones sobre sus medios de vida, es decir, agricultura e industrias y medios de comunicación. También es general que se exponga una explicación del entorno natural, geológico, mineralógico, botánico o faunístico. Además, algunas veces se hace mención a la enseñanza o a la investigación.
Las tendencias actuales de la museística plantean una concepción un poco diferente del concepto de museo y de conservación del patrimonio. Se trata de la idea de ecomuseo que se plantea la exposición del patrimonio sin sacarlo de su lugar de origen. Este tipo de museo se ha desarrollado principalmente para tratar la vida campesina y para exponer los restos de arqueología industrial. Para conocer el mundo de la agricultura y de la ganadería parece adecuado que se visite una masía auténtica recuperada y preparada didácticamente. Mencionamos en este caso el ecomuseo de los valles de Àneu, en Esterri d’Àneu, en el Pirineo, que es uno de los pioneros en nuestra tierra.
Por lo que respecta a los restos de instalaciones mineras o industriales, a parte del problema de mover maquinaria de grandes dimensiones, convertir una antigua instalación en un museo sirve para acceder de manera mucho más directa a la realidad histórica de la industria. El ecomuseo industrial pionero en Europa fue el de Le Creuzot, cerca de Lyon, en Francia. El Museu Nacional de la Ciència i de la Tècnica de la Generalitat de Catalunya combina un museo central, donde se recogen y se exponen piezas técnicas y científicas, con una red de catorce museos consistentes en antiguas instalaciones recuperadas para la visita. No hace falta decir que el concepto de ecomuseo se adapta a una nueva visión de la museística y al mismo tiempo se beneficia de un nuevo tipo de turismo, el llamado turismo industrial.
¿Cómo se debe conservar?
Nos planteamos, finalmente, la manera cómo se debe conservar el patrimonio científico y técnico, lo cual tiene que ver, evidentemente, con el qué y el dónde que hemos desarrollado hasta aquí. Hay que decir, para empezar, que el patrimonio científico y técnico tiene que ser inventariado, catalogado, bien descrito y estudiado. Desgraciadamente, no siempre se cumplen todas estas condiciones. Es demasiado frecuente que se conserven elementos sin catalogar: el caso de los archivos es el más general, aunque hemos de tener presente la dificultad de catalogarlos adecuadamente. Pero donde suele haber más carencias –o, al menos, esta es mi impresión– es en la descripción y el estudio de las piezas y las instalaciones. La razón es bastante simple: con frecuencia se hecha en falta la intervención de los historiadores de la ciencia y de la técnica por culpa, generalmente, de la relativa debilidad académica de esta disciplina.
La conservación del patrimonio debe tener como objetivo principal ofrecerlo al público, es decir, situarlo en un contexto adecuado para que sirva para comprender la realidad científica y técnica que corresponda. Teniendo en cuenta que vivimos en un mundo lleno de mensajes de comunicación que nos intentan seducir por mil y una cosa (generalmente para consumir esto o aquello), los museos han de adaptar sus medios para poder competir con el aluvión de las otras seducciones. El museo, en este sentido, ha de optar por los recursos del mundo audiovisual y de la escena, para realizar, por ejemplo, un auténtico parque temático de ciencia y tecnología. Podemos mencionar el Museu Marítim de Barcelona, que incluye un recorrido en el que cada visitante dispone de unos auriculares con explicaciones (en la lengua que escoja) y efectos musicales y sonoros, y va siguiendo un circuito donde se mezclan las magníficas piezas de que dispone el Museu con recreaciones de ambiente, por ejemplo, de un puerto en Cuba (con atmósfera de humedad incluida) o la cubierta de un transatlántico de las primeras décadas del siglo XX, donde convivían la alta burguesía y la emigración.
Lo que decíamos por los museos también puede decirse por las bibliotecas y los archivos, que han de buscar la manera de ser centros culturales vivos y han de ofrecer parte de sus fondos en los nuevos medios, como la red Internet, como ya hemos mencionado anteriormente.
El reto del patrimonio científico que generamos hoy
Una cuestión realmente muy urgente y, si quieren, preocupante, es la gestión del patrimonio científico y técnico que estamos creando hoy en día. Deberíamos ser conscientes que las últimas décadas son, desde casi todos los puntos de vista, la época de máximo esplendor del desarrollo permanente de la actividad académica universitaria y de investigación, que tiene antecedentes bastante restringidos en la historia de Cataluña. Nos da la impresión de que, desde el punto de vista de la conservación y utilización didáctica del patrimonio, la comunidad científica actual no es bastante consciente. La explicación se podría encontrar en la concepción de una historia de la ciencia basada en las grandes figuras y los grandes inventos, que deja un poco de lado la historia de la ciencia eficaz, integrada en la comunidad científica internacional y al servicio de las necesidades inmediatas o a medio y largo plazo de la sociedad. No parece que haya preocupación por preservar los instrumentos o las instalaciones obsoletas cuando son sustituidos, tanto en el mundo de la investigación como en el mundo de la producción. Vemos los restos del pasado reciente con indiferencia, a veces quizá con rencor, por las limitaciones que nos han hecho padecer. Y, sin embargo, ya forman parte de la configuración presente de nuestra personalidad. Lo mismo podemos decir de los archivos personales de científicos, cuyo destino queda muchas veces en manos de herederos que no saben o no pueden apreciar el valor de la correspondencia o de los borradores o notas de laboratorio que pueden ser considerados como un testimonio de gran valor de la vida científica de los últimos años. En este sentido, la Societat Catalana d’Història de la Ciència i de la Tècnica y el Centre d’Història de las Cièncias de la Universitat Autònoma de Barcelona impulsan la creación de un centro de información y de coordinación que llaman provisionalmente Servicio de Archivos de Ciencia, que esperamos que pueda cumplir un función destacada en el objetivo de preservar y hacer comprensible el patrimonio científico y técnico que generamos ahora.