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El presupuesto (0,37% del PIB) en Ciencia y Tecnología (CyT) para 2018 (-2,2% respecto del 2017, es decir 15.400 millones de pesos menos) es desalentador, contradictorio con la creación de un ministerio de Ciencia y Tecnología…¡un misterio! Somos los últimos de la fila para el promedio del OCDE (2,5%), por debajo de Argentina, Colombia y Brasil, este último con un drástico recorte – cerca de un 50% – en el presupuesto por los reiterados escándalos de corrupción, pero dicen que somos inteligentes y aplicados.

Entonces, si no hay recursos suficientes para hacer investigación en CyT, se puede inferir que habrá menos insumos o materia prima para divulgar en los medios de comunicación tradicional ¿se podrá reflexionar con profundidad desde la cultura científica o desde la economía creativa? Con franqueza, se torna una pendiente empinada, difícil de escalar.

En consecuencia, no solo abandonamos espacios de diálogo sobre CyT e innovación, también se pone un freno a la libertad de expresión y del acceso a la información como una censura sutil, sofisticada inhibiendo el derecho a saber, a conocer, anulando el valor educativo y de los efectos en la cultura que por esencia tiene la CyT.

Saber quiénes son los autores de esta involución o fisura, es difícil de detectar: los medios de comunicación, los periodistas, los editores, los políticos, los avisadores de publicidad, los lectores indiferentes, los profesores etc. Todos y nadie a la vez, como una madeja compleja, insuficiente para sindicar a un único responsable y frustrante por no tener en el imaginario al autor, solo la cifra es la que habla.

Sin embargo, estas condiciones inhóspitas, anti-ciencia, abren un desafío al periodismo científico crítico y a la divulgación, y también a todo aquel  que sienta en la investigación un espacio para develar   los hechos, de descifrar las claves de la CyT.

Ya nada de lo que se haga, queda fuera de las redes del conocimiento científico (Calvo,2002). Son los comunicadores quienes pueden sacar la célula a la calle, o que permitan ver una estrella a millones de años luz, refrescar la protección de la Araucaria araucana ante la depredación del concreto o de advertir de los efectos de una nueva planta de hidrocarburos frente a las costas.

En una reciente publicación (RLCS,2017) de la percepción de científicos y periodistas sobre la comunicación de la CyT en Chile, declaran tener una imagen pesimista en relación con la divulgación en Chile y en más de un 90% de los consultados manifiestan nulas injerencias en el desarrollo, implementación o evaluación de políticas públicas de comunicación científica, coherentes con este mal trato histórico de la investigación.

Paradójico, investigadores y periodistas, todos los días en el laboratorio y en los medios de comunicación respectivamente, pero sin poder de expresión.

¿Qué falta para que los escépticos crean? La evidencia está ahí, en el paper publicado, en los científicos fuera del país – para no volver-, en las decenas de proyectos que postulan a Fondecyt (Fondo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico), pero que mueren por no tener financiamiento, en la frustración de PhD sin contratos, también en la investigación con altos índices de citas, vacunas ad-portas de dar curas o premios a la perseverancia investigativa.

La sociedad chilena, puede y debe tener la oportunidad para desarrollarse y crecer en equilibrio y con calidad, tienen la capacidad instalada con notables científicos, tecnólogos, periodistas y comunicadores con apetito de aportar creativamente  en medios escritos y digitales, investigación de clase mundial en astronomía, inmunología, neurociencia, oceanografía, zonas geográficas que permiten hacer una abordaje focalizada de la investigación, Iniciativa Científica Milenium que con esfuerzo buscan incrementar la divulgación de la CyT en la comunidad .

Hagamos que se encuentren los actores improbables de esta ecuación, si eso no produce una alfabetización científica, nada lo hará.

Fuente: opinion.cooperativa.cl