“Marcharé este sábado porque es una marcha mundial, cuando los políticos bajan los presupuestos y se embarcan en planes de simple corto plazo. Creen que la gente no ve…”.
Osvaldo Valdés Marín, papá de Rodrigo, el ministro de Hacienda, era un genio. Estudió filosofía, teología y más, pero adentro le zumbaba la inventiva, la innovación. El mundo le debe la invención de las bombas de agua potable que alimentan los edificios. Antes, se requerían esos estanques que aún coronan construcciones en Santiago. Aporte desde Chile.
“Cuando mis alumnos de posgrado se quejan por su bajo presupuesto, les cuento de un científico chileno de apellido Luco que con alambritos, pinzas y unas cucarachas hizo una contribución magistral a la ciencia”, me dijo el editor de la revista “Science” cuando nos presentaron. “¡Es mi tío!”, le contesté con euforia, recordando cómo salía de noche a cazar gatos para sus experimentos neurofisiológicos.
Cuando a Neruda el premio Nacional de Literatura Alfonso Calderón le preguntó si aceptaría un doctorado honoris causa de la U. Católica, el poeta, a sabiendas de la respuesta, preguntó cuáles serían sus emolumentos. No hay presupuesto, le dijo Calderón. “¡Ah! Si yo sabía”, sonrió Neruda, “pero tenía la obligación moral de preguntar, ¡porque en este país se cree que la cultura crece en los árboles!”.
Les pregunté a dos jóvenes trabajando en una mesa óptica del Centro de Óptica y Fotónica de la U. de Concepción, por qué estaban ahí cuando como ingenieros podrían ganar el triple. “Nos gusta esto”, respondió uno. Amor al arte.
La luz brilla adentro, la luz de la ciencia, del saber. Con presupuesto o sin presupuesto, con alegría y frustraciones, y, en algunos casos, como la savia en plantas muertas antes de florecer.
Marcharé por la ciencia este sábado. No porque haya que defender la ciencia; se defiende sola. No porque falten instituciones, estructuras que el país tiene o tendrá, ni siquiera por el bajo presupuesto, que nos lleva al desastre; iré como periodista, testigo. Pero iré, más que nada, porque la ciudadanía olvida a los científicos. Hay que visibilizarlos.
Los ve cuando acude al médico o cuando observa los nuevos zapatos de fútbol o cuando admira un insectario o cuando un hijo decide estudiar fotónica. Los ve cuando una película les muestra la vida de un descubridor. Los ve cuando, suertudos, miran el cielo sentados junto a una astrónoma o penetran un bosque en compañía de un botánico o bucean junto a un biólogo marino o caminan por las playas de Constitución, acompañados de una geóloga.
Marcharé este sábado junto a otros y otras que, como yo, quieren despertarles a los conciudadanos el científico que llevan dentro. Pidiéndoles que se den tiempo para pensar, que no den todo por descontado, que queda mucho por avanzar. Hay tomates esperando el agua de mar para nacer en el desierto de Atacama. Y más: sueños que soñar, preguntas que resolver.
Marcharé este sábado porque es una marcha mundial, cuando los políticos bajan los presupuestos y se embarcan en planes de simple corto plazo. Creen que la gente no ve.
Marcharé por los laboriosos de ayer, los que persisten hoy y por mañana. Para que se vean la ciencia y los científicos.